No me considero maestra de Un Curso de Milagros. Realmente no enseño el Curso aunque lo haya estudiado durante muchos años, sino que baso mi vida y mi trabajo en él o, más bien, en el mensaje que va calando poco a poco en mí, a medida que voy profundizando en la comprensión de sus enseñanzas que, en realidad, son enseñanzas advaita pero con un lenguaje cristiano pelín tocanarices (al menos para una rechazadora contumaz del catolicismo, religión en la que crecí viviendo en España).

Para mí, Un Curso de Milagros constituyó una verdadera bofetada a la percepción que tenía del mundo y de mi misma. El libro no tiene pelos en la lengua y, para mí, su mensaje se resumía en un rotundo “déjate ya de tonterías”. Pero…¿qué tonterías, exactamente?

Yo reconozco que sufría mucho. En unos momentos más que en otros, pero no había un día sin sufrimiento, por muy leve que éste fuera y le llamase molestia, irritación o incomodidad. Y, aunque no me gustara sufrir, di siempre por hecho que la vida era así, que era parte de su encanto. Menudo encanto. Y, entonces me encontré con el Curso, cuya premisa era, básicamente, que si tomaba la decisión ahí y entonces, podía comenzar el proceso para dejar atrás el sufrimiento y vivir en paz.

Esto sonaba fenomenal. Entonces, ¿por qué me lo pensaba, le daba vueltas, iba y venía, dudaba, me resistía, me enfadaba, me hacía la distraída, y vuelta a empezar?

Supongo que habría muchas razones, pero la que ganaba por goleada era la resistencia al precio que había que pagar para dejar de sufrir. Y ese precio no era, ni más ni menos, que renunciar a creer que lo que mi mente me decía era verdad, en particular con respecto a mi misma, pero también al mundo, y a quienes me rodeaban; abandonar mi sistema de pensamiento, y abrir la puerta al sistema de pensamiento que me llevaría a experimentar una paz real.

Tardé años en decidirme. Quería dejar de sufrir, sí, pero ese precio era mucho pedir…¿o no?

Pues en ese momento me lo parecía. Sí, yo quería ser feliz, pero en mis términos, que son los de la mayoría de los mortales: quería que me fuera bien en el trabajo, que mis hijas se portaran bien, que me sobrara el dinero, que pudiera hacer, al menos, un viaje por año, que mi pareja me comprendiese y amase, que mis seres queridos muriesen muy viejitos…y ya puestas, que mis amigas no llegaran tarde cuando quedáramos, que el semáforo no se pusiera en rojo cuando iba con prisas, que la cajera del super no fuera tan lenta, que no lloviera cuando acababa de tender…

Así, me decía el Curso de Milagros cada vez que me aventuraba entre sus páginas, ni de coña. Si quieres realmente dejar atrás el sufrimiento y estar en paz, déjate de tonterías y ponte a trabajar. Y eso hice.

 

Conoce nuestro programa de deshacimiento

This post is also available in: English