Pensar cosas es una actividad muy humana, ¿a que sí? Un don, dirían algunxs. La característica esencial del desarrollo que nos ha sido dada, dirían otrxs. Al fin y al cabo, pensamos, luego existimos. O, al menos, eso es lo que hemos creído durante siglos.

Parece obvio, ¿verdad? Los pensamientos parecen existir para ser pensados, y la mente parece existir para pensar esos pensamientos. Bastante simple.

Entonces, si esta característica es la que nos hace humanxs, ¿cómo es que el pensamiento puede convertirse en un arma de auto-destrucción masiva? ¿Cómo es que algo tan «nuestro» por defecto, puede llegar a ser tan perjudicial para nuestro bienestar, incluso para nuestra cordura? ¿Crees que estoy exagerando? ¡Sigue leyendo!

Por descontado, es obvio que necesitamos pensar muchos tipos de pensamientos para poder funcionar y ser operativxs en nuestra vida diaria: listas de la compra, listas de tareas, recordatorios de trabajo u hogar, proyectos escolares, citas, trabajos universitarios, consideraciones vitales, pasos futuros, análisis de riesgos, creaciones artísticas, decisiones relevantes…constantemente estamos pensando  pensamientos que nos ayudan a lidiar con nuestras vidas en el día a día, y esos pensamientos son perfectamente útiles. Cuando pensamos en estos pensamientos de forma intencionada, la sensación que tenemos es de dirección, propósito, control y motivación.

Por otro lado, también pensamos a menudo pensamientos que nos ayudan a evadirnos de nuestras vidas, tales como fantasías, antojos, expectativas, recuerdos, ensoñaciones, premeditaciones, suposiciones y evaluaciones. Pasamos una gran cantidad de tiempo volviendo al pasado o adelantándonos al futuro, perdidos en pensamientos que tienen poco que ver con lo que está ocurriendo aquí y ahora.

Sin embargo, a menudo (y sin darnos cuenta) pasamos el tiempo pensando en lo que coloquialmente llamamos «auto-machacarnos»: reproches, autocrítica, desvalorización, auto-desprecio, culpa… A diferencia de los pensamientos más benévolos o neutros que podemos pensar más a menudo, este tipo de pensamientos pueden causar mucho daño a nuestro bienestar, porque minan nuestra autoimagen, nos hacen sentir culpables o inadecuadxs, y construyen una imagen de nosotrxs mismxs que dista mucho de ser amable.

Pero lo más importante es que todos estos pensamientos, tanto los inofensivos como los dañinos, pasados o futuros, verdaderos o falsos, nos llevan a lugares que, en realidad, no existen, y contribuyen a dibujar una imagen de alguien que no somos, o que solo somos en parte. Sin embargo, nos parecen totalmente reales y los creemos a pies juntillas.

¿Y dónde sentimos su realidad? Exactamente, en el cuerpo, a través de las emociones que surgen y se sienten en el cuerpo. Y así es como conectamos los pensamientos con las emociones.

Durante mucho tiempo, ha habido -y sigue habiendo- un debate en torno a qué viene primero, si los pensamientos o las emociones. En general, lxs expertxs coinciden en que las emociones son el resultado de nuestro desarrollo evolutivo y neurobiológico, una característica adaptativa que nos ayuda a entrar en acción cuando surge una necesidad que exige ser satisfecha, y su funcionalidad dependería de la interacción efectiva entre emoción y cognición. Visto así, podemos suponer que las emociones preceden, tanto a la acción como a los pensamientos, ya que la respuesta adaptativa sería impulsiva, e incluso automática, como cuando retiramos el pie inmediatamente si alguien nos lo pisa.

Sin embargo, la vida nunca es sencilla. Al menos para los seres sintientes y pensantes.

Así que «Pensamos, luego existimos» podría leerse más bien como «Pensamos, luego sentimos». Cuando pensamos en algo, este algo se convierte en absolutamente real para nosotrxs. Y la forma en que se vuelve real para nosotrxs es a través de cómo nos hacen sentir en nuestro cuerpo los pensamientos que pensamos.

Haz la prueba: cierra los ojos y piensa en tu lugar favorito de relax en la playa, la montaña o el bosque. Escucha los sonidos, huele los aromas, siente la temperatura, la brisa. Luego comprueba cómo te sientes. Ahora, piensa en la última vez que tuviste un serio desencuentro con alguien que te importa, una triste decepción con una amiga, o un sentimiento de culpa por algo que hiciste a alguien. Trae a tu mente la situación, las emociones que sentiste en ese momento y el resultado. Comprueba cómo te sientes. Por muy difícil que te resulte percibir las sensaciones a través de tus meros pensamientos, es muy probable que seas capaz de sentir diferentes cosas en tu cuerpo durante el ejercicio, dependiendo de lo que estés trayendo a tu mente.

De hecho, lo que tienen en común todos los escenarios del ejercicio anterior es que ninguno de ellos está sucediendo en este momento. Ninguno es real. Son sólo imágenes, ideas y recuerdos en tu mente. Son pensamientos que estás pensando. Ahora, imagina que estás frente al espejo, mirando tu propia imagen. ¿Qué pensamientos te vienen a la mente sobre ti mismx? ¿Cómo te sientes al mirar tu reflejo? ¿Qué crees que es -si eres capaz de identificarlo- lo que te hace sentir así?

Este sencillo ejercicio nos enseña que la racionalidad en la que solemos confiar no es del todo fiable. En absoluto. Incluso una mente «sana» no siempre contiene la verdad y nada más que la verdad sobre nosotrxs mismxs o sobre el mundo. Por el contrario, puede contener cientos de pensamientos inventados, o pensamientos que son simples ecos de recuerdos y acontecimientos lejanos, que ni siquiera existen ya en el momento presente.

Este es el enorme impacto de nuestros pensamientos en nuestro estado emocional. Y, si la mitad de los pensamientos que tenemos al día son pensamientos negativos sobre nosotrxs mismxs o lxs demás, ¿qué tipo de emociones sentiremos entonces de forma habitual?

Después de leer todo lo anterior, probablemente puedas entender por qué la meditación y la atención plena son tan populares en los entornos de psicoterapia humanista. La noción de una mente salvaje y descontrolada que puede convertirse en un medio de auto-destrucción masiva, y la necesidad de conocerla y aprender modos de embridarla, es la piedra angular de muchos enfoques terapéuticos tales como la Terapia Gestalt, la Psicología Sistémica, la Terapia Existencial o, incluso, la TCC (Terapia Cognitivo-Conductual), entre otros muchos.

Nuestra mente puede sernos de gran utilidad, o puede ser extremadamente dañina. Todo depende de si somos nosotrxs quienes utilizamos a nuestra mente, o es nuestra mente la que nos utiliza a nosotrxs.

Cada vez que pensamos un pensamiento, sin darnos cuenta de las consecuencias que está teniendo en nuestro estado emocional, estamos siendo utilizados por la mente. Y no es que la mente sea mala. La mente, simplemente hace lo que sabe hacer. Pero dejarla que vaya a su bola, sin que seamos totalmente conscientes de lo que está haciendo, puede tener un gran impacto en nuestro cuerpo, nuestras emociones, y sí, incluso en nuestra propia mente. El estrés, la rumiación, las ideas obsesivas, los miedos irracionales, la baja autoestima, la auto-desconfianza, son el resultado de pensamientos -cualquier tipo de pensamientos- que se piensan sin ningun control ni conciencia, y que desencadenan las consiguientes reacciones emocionales.

¿Cómo es posible que ocurra esto? Pues porque damos total crédito a lo que dice nuestra mente. Para nosotrxs, la mente es el oráculo definitivo, la máxima conocedora, la diosa de nuestro sistema, el reverenciado maestro de ceremonias de nuestras vidas, el colmo de la sabiduría. Nos han enseñado a adorarla y a acatarla desde que éramos niñxs, y lo hacemos sin cuestionarlo.

Sin embargo, la psicoterapia Gestalt entre otras, la meditación, la atención plena o las herramientas de atención consciente, nos invitan a cuestionar esta supuesta verdad.  Mientras meditamos o practicamos mindfulness, o mientras profundizamos en cómo funciona nuestra mente a través de la psicoterapia, toda la cadena pensamiento-emoción-reacción se desactiva momentáneamente, y poco a poco aprendemos a no prestar tanta atención a nuestros pensamientos. O mejor dicho, lo que aprendemos es a no creer todo lo que nuestra mente piensa.

Y esto, por simple que parezca, es crucial. Porque cuando dejamos de creer todo lo que nuestra mente nos dice, podemos empezar a cuestionar cómo nos relacionamos con nosotrxs mismxs y con los demás, cómo nos tratamos a nosotrxs mismxs, cómo esperamos que nos traten los demás, y lo que es más importante, podemos decidir qué creencias queremos conservar, y cuáles no. Dicho de otro modo, dejamos de ser esclavxs de nuestra mente, para pasar a ser sus compañerxs de camino. Y esto es, en realidad, el principio de la liberación.

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Referencias

Izard C. E. (2009). Emotion theory and research: highlights, unanswered questions, and emerging issues. Annual review of psychology, 60, 1-25.

Fotos: Cortesía de @celiaroblesteigeiro  y @elisabetaranda

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